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Segeda, ciudad celtíbera situada en la provincia de Zaragoza. Una mañana fría del año 154 antes de Cristo. Un explorador retorna al poblado avisando de la inminente llegada del ejército romano del general Novilio. La excusa utilizada por Roma en esta ocasión era la ruptura del tratado de Graco. Los celtíberos se habían comprometidos a no edificar nuevas ciudades y tampoco a fortificar las ya establecidas. La población de Segeda no consigue terminar el recinto amurallado y decide escapar despavorida. Tardarán 20 años en caer los celtíberos, con la heroica resistencia en Numancia. Ahora le toca al Noroeste de la Península, pero es necesario buscar argumentos para declarar la guerra. En este caso, más que el motivo étnico, esta zona tiene un común denominador: los castros. Los topógrafos griegos enviados por los romanos serán testigos de que la población vivía en poblados fortificados, destacando las auténticas ciudades amuralladas como Santa Trega. En este caso, los romanos encabezados por Décimo Junio Bruto ponen como excusa la necesidad de frenar las incursiones de los bandidos castreños a la región de Lusitania, corría el año 137 a.C. ¿Qué pasó para que los primeros castreños decidieran fortificar sus poblados? Sabemos que una respuesta puede encontrarse en el norte de Portugal, próximos al cambio de milenio, mucho antes del nacimiento de Cristo. En el contexto de la crisis de la Edad del Bronce, se comienzan a levantar poblados fortificados en manos de una elite guerrera que dominan visualmente los antiguos poblados de esta época, realizados en materiales perecederos situados en zonas altas y próximas a brañas. Quizás este modelo de poblado, igual que una naciente tensión bélica, comenzó a esparcirse como la pólvora por toda Galicia, la parte Occidental de Asturias, y las provincias de León y Zamora. Fortificar un poblado era una tarea compleja que requería de un trabajo ingente. Primero era necesario excavar los fosos y con la piedra y tierra obtenida, comenzar a levantar los parapetos de tierra que en muchas ocasiones eran coronados con pequeñas murallas de piedras. O complementados con empalizadas de madera que otorgaban mayor empaque defensivo. No obstante, en algunos casos hay un componente simbólico, porque las líneas de parapetos y fosos se duplican o triplican, sin necesidad defensiva aparente. Además, no olvidemos que la fortificación podría tener otra función como pasa en las ciudades medievales, basada en el control de la población que vive dentro de las murallas.
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